MI ASIGNATURA PENDIENTE
Desde que nacemos, se impone un tiempo delimitado para absolutamente todo. A los 3 meses, los bebés deben empezar a balbucear; emitir sus primeras palabras a partir de los 8 meses y, a los 2 años, estar en posesión del título de master en vocabulario. Y si no es así, suenan las alarmas médicas.
Pero ¿qué ocurre cuando con 30 años no tenemos el trabajo de nuestra vida o una relación estable o cuando con 25 no hemos empezado la carrera? Se disparan las alarmas sociales: si no cumplimos aquello que se espera de nosotros, somos «sutilmente» criticados y ese inocente intento por satisfacer las expectativas ajenas, nos provoca la famosa afección del “tengo que”.
Sin darnos cuenta, perdemos esa esencia de libertad y de apetencia y lo convertimos todo en una obligación. ¡Sí, el ocio también! Si preguntas a tus allegados por planes el fin de semana, en el 90% de los casos, escucharás un “tengo que»; y las actividades, supuestamente placenteras, acaban dentro del cajón de las obligaciones y, eso hace que no disfrutemos de ellas como podríamos.
!No somos conscientes de cómo nuestra forma de hablar determina nuestra forma de actuar y relacionarnos! Por ello, pregúntate: ¿en qué momento el “tengo que” sustituyó al “quiero hacerlo»? y ¿cuándo fue la última vez que hiciste algo que realmente te apetecía y no por complacer a otros?
Esta epidemia del “tengo que” nos hace crear listas de innumerables tareas, que nos permitimos el lujo de posponer. Y lejos de conformamos con el agobio que esto supone, anhelamos escalar picos más altos, sin caer en la cuenta de que la ambición es la perfecta compañera de viaje hasta que nos hace perder de vista aquello que nos motiva.
Mi asignatura pendiente no es fijarme nuevos retos profesionales o hobbies ni llevar a cabo una lista sistemática de tareas. Mi asignatura pendiente soy yo misma y mi responsabilidad con mis necesidades. Es aquello que sitúo al final de la lista, cuando en realidad, cuidar de uno mismo es… ¡un PLACER! ¡Empieza ahora a disfrutar de ti!
¿Cómo?: –¡Dedica tiempo a tu cuerpo y a tu mente!
¡OJO! No quiere decir invertir 3 horas de cardio-pesas en el gimnasio como si no hubiera mañana ni sugiero que te abandones a una vida contemplativa, sino que escuches lo que tu cuerpo y tu mente quieren decirte (ya sea dormir o ir al gimnasio) y que, temen expresar ante los benditos “tengo que”.
¡Es irónico! Nos bombardean con cursos para mejorar nuestras habilidades de comunicación con los demás cuando no sabemos interactuar con nosotros mismos. Si no sabemos escucharnos y concedernos el tiempo que merecemos, ¿cómo vamos a prestar atención a las relaciones con los demás?
¡Dedícate 10 minutos al día de tu preciado tiempo! ¡Disfruta de conversar contigo mismo, haz balance del día y de cómo te sientes!… O, simplemente escucha aquella canción que te emociona o recupera aquel libro, lleno de polvo en la estantería, después de meses retrasando el placer de su lectura.
Recuerda que tu relación contigo mismo es vitalicia. Esta es la relación más duradera y fiel a lo largo de tu vida y por ende, la que más debes nutrir. Por eso, ¡empieza a prestarte atención cada día!
Tal y como dijo Mark Twain: “puedo enseñarle a cualquier persona cómo conseguir lo que quiere en la vida. El problema es que no puedo encontrar a quién pueda decirme qué es lo que quiere”.
Yo sí quiero definir lo que deseo y si tú quieres lo mismo: ¡Crea tu espacio y tu tiempo para TI! Alimenta tu relación contigo mismo, valórate, nútrete de ella y empieza a reemplazar el “tengo que” por el “ YO quiero”. Y por supuesto, deja de poner como excusa la falta de tiempo ya que eres tú quien lo distribuye. ¡TÚ TIENES EL CONTROL!
¡A por ello, resilientes!