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¿SOY ADICTO AL DEPORTE?

Hoy me gustaría acercaros a una realidad cada vez más palpable. Todos hemos oído hablar de anorexia y bulimia, trastornos de alimentación que generan gran alarma social. Pero ¿qué ocurre cuándo se desvirtúa algo tan saludable como el ejercicio físico?

No podemos negar que el culto al cuerpo ha cobrado vital importancia hasta el punto de hacer lo que sea para sentirnos físicamente atractivos. Desde pagar por dietas restrictivas (con evidentes carencias nutricionales), a someternos a operaciones de cirugía estética innecesarias o machacar nuestros músculos en el gimnasio (sumado a una excesiva ingesta de proteínas y ciertos “batidos” que sabe Dios qué contienen).

Todo ello lo justificamos con el objetivo de llevar una vida saludable pero seamos sinceros… ¿son saludables realmente? o ¿es sólo la excusa para continuar haciéndolo?

Solemos olvidar que el físico es un reflejo fiel de nuestro estado emocional. En muchas ocasiones, nuestra forma corporal experimenta un cambio abrupto porque a nivel emocional no poseemos recursos para gestionar las adversidades, que acaban desbordándonos. Mientras algunos utilizan la ingesta descontrolada de alimentos como estrategia para calmar la ansiedad, otros hacen uso del ejercicio físico que, puede llegar a convertirse en un peligro equivalente al primero.

¿Cuándo el ejercicio se convierte en un problema?

– En aquel momento en el que el hecho de no ir un solo día al gimnasio, provoca una ansiedad y un malestar que no se puede controlar, sumado a una falta de recuperación que incrementa el riesgo de lesión.

– Además, cualquier actividad que antes proporcionaba bienestar (por ejemplo, quedar con amigos) acaba relegada por ir al gimnasio, que se transforma en el epicentro del día a día.

-A todo ello, se une el hecho de sentirse poco atractivo y la percepción sobre el propio cuerpo no se corresponde con la realidad (véanse frases como “me veo gordo”).

– Otro claro indicador es también la medición casi diaria del peso y el porcentaje de masa libre de grasa, con la consiguiente culpabilidad si no se cumplen las expectativas de mejora.

-Cuando esto ocurre, la persona se excusa en la inherente salubridad del deporte pero en su obsesión por mejorar, aumenta excesivamente la ingesta de proteínas e hidratos de carbono, reduciendo drásticamente la cantidad de grasas (por debajo de los valores requeridos para sobrevivir).

Los que me conocen saben que soy férrea defensora del deporte por sus innumerables efectos beneficiosos frente al sedentarismo y el estrés. No obstante, es una espada de doble filo y en nosotros está la responsabilidad de inclinar la balanza hacia un lado u otro. Pero aquel que genera una relación de dependencia con el ejercicio, suele presentar un control restrictivo de la alimentación y baja autoestima.

En este escenario, los límites son difusos y resulta más complejo de detectar que otros trastornos. Y, si nos descuidamos, es tremendamente sencillo entrar a forma parte del círculo vicioso ya que el ejercicio físico nos permite liberar endorfinas (“hormonas de la felicidad”), y su efecto es similar al de un calmante al reducir nuestra percepción de dolor y aumentar nuestra sensación de bienestar. De hecho, el malestar derivado de la falta de deporte se puede equiparar al del síndrome de abstinencia presente en las adicciones.

El primer paso es aceptar que algo beneficioso en sí mismo, puede generar perjuicios y en la mayoría de casos se requiere acudir a un psicólogo especializado.

Sin embargo tampoco debemos caer en el error de pensar que todas las personas que realizan ejercicio físico regular o que controlan su dieta presentan en el riesgo de adicción.

Aún así, aquí se ve claro que no solo generamos dependencia con sustancias nocivas en sí mismas. Por ello, precisamente yo me pregunto, ¿existe algo a lo que el ser humano pueda no volverse adicto?