CIERRA LOS OJOS
Hoy me he levantado juguetón. Vamos a jugar a un juego, amigo mío. Cierra bien los ojos, aunque sea solo por un instante. ¿Ves algo? ¿No? ¿Seguro? Claro. Porque lo esencial es invisible a los ojos. No se ve bien sinó con el corazón.
Esta deliciosa frase del sublime Antoine de Saint-Exupéry extraída de su libro “El principito” (un libro cuya lectura fervientemente os recomiendo) esconde una valiosísima lección de vida que pasa inadvertida para muchos adultos que no alcanzan a comprender ni tan siquiera en el ocaso de sus vidas. Porque todos en su día fuimos niños, aunque algunos lo hayan olvidado. Y la lección es ésta (por favor, no cometáis vosotros el mismo error y recordadla siempre): “El Amor es el eje de nuestras vidas ”. Repetid conmigo. “El Amor es el eje de nuestras vidas”. Mejor.
Es el regalo más sencillo y más agradecido. El único que se multiplica cuando se comparte. No se ve. No se palpa. Pero se siente. Y sin embargo, para muchos pasa desapercibido, por desgracia. Pasan (y pesan) los años para muchos. Sin pena ni gloria. Pasan. Nos salen arrugas. Algunas fruto de nuestras experiencias. Otras fruto de nuestras cicatrices. Nos volvemos más sabios. Más necios. Más ciegos. Menos guapos. Y más feos.
Sin embargo, el transcurrir de los años nos brinda un importante obsequio que algunos pocos privilegiados toman al vuelo. Y lo descubrimos sólo cuando aprendemos que la verdadera belleza no radica en el exterior. Sinó en el interior de las personas. La belleza es efímera. El Alma es inmortal.
Quizás por eso la Justicia sea ciega, porque aprendió la lección y se arrancó los ojos. Yo no os desearé tal fatalidad queridos amigos lectores (Dios me libre, qué infortunio). Lo que sí que os pediré es un favor. Mañana cuando os despertéis, no os despertéis como un adulto. Transformaros.
Haced un ejercicio de regresión y volved al pasado. Y liberad al niño que permanece allí secuestrado. Regalad al prójimo besos, caricias y abrazos, para que de una vez por todas, hagáis entrar a este loco mundo en razón y se quite la venda que le impide ver (que no mirar), a este pobre mundo, tan ciego y tan necesitado. Y ya hoy me despido citando a Neruda: “Si nada nos salva de la muerte, al menos que el Amor nos salve de la vida”.
Sed felices amigos míos. Ahora ya puedes cerrar los ojos …